AlfaBetaRETRO: Wonder Boy - Corre, Tom Tom, corre

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Échate a un lado, Sonic. Puede que tengas más galones que el resto de personajes de Sega, pero en antigüedad te ganan la mano. Y además, hasta Alex Kidd ha de admitir que en los salones recreativos se gestó un duro rival por la condición de mascota oficial. Un chaval rubio en taparrabos hecho de hojas (o en una especie de pañal, según la versión), correteaba en un título de plataformas que traería miga.

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Porque veamos, ¿cuántos personajes han dado pie a una serie de spin-off de éxito cambiando su género inicial a la aventura y flirteando levemente con el rol? ¿O cuántos han hecho que para que la competencia pudiera editar sus títulos, su rostro público más conocido tuviera que pixelarse y ocupar su lugar en el juego? Es más, ¿cuántos han logrado que su propia versión “de incógnito” diera pie a una saga tan reconocida y que luego ganaría impronta propia como es Adventure Island? A nosotros solo se nos ocurre Wonder Boy, la recreativa de Sega de 1987.

Cuando un arcade trae consigo todo esto, y de paso un remake lanzado con casi 30 años de diferencia, es que algo hay ahí que conviene mirar. Y no es otra cosa que un divertidísimo juego de acción y plataformas donde la pericia y los reflejos son los más importante para hacer que triunfe el amor.

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En un extraño mundo, en una no menos extraña era presuntamente prehistórica pero donde ya existen patinetes, cascos y donuts, Tom Tom pasa por un delicado momento de pareja. Su relación con su novia Tanya está pasando por un bache desde que Lord Drancon, un ser bestial de otro reino que al parecer no triunfa en Tinder tanto como querría, ha secuestrado a su media naranja. Como Tom Tom es un romántico que se cruzaría el mundo entero corriendo por su alma gemela, es justo lo que va a hacer para dar con Drancon, explicarle cuatro cositas y volver a ser una feliz parejita que desconoce en buena parte los conceptos de civilización y progreso.

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No hay demasiadas cosas que sean seguras al cien por cien en esta vida, pero en el ámbito de los videojuegos sí podemos tener un bastante clara, y es que a un juego que pasa sin pena ni gloria ni se le realizan ports para varios sistemas domésticos, ni le sale un spin-off tan solo un año después, ni le desarrollan una secuela, ni mucho menos le hacen un remake casi tres décadas después. Obviamente, algo debe de tener Wonder Boy cuando ha gozado de todos estos puntos uno por uno y encima ha habido que usar ciertas triquiñuelas legales para que el estudio Westone pudiera sacar su propio juego en sistemas de la competencia de Sega. Esto no se hace si no se tiene un pelotazo entre manos.

Y es que con Wonder Boy, Sega toca una tecla que en el futuro no muy lejano le va a dar muchas alegrías. El hacer que la velocidad sea importante en un juego de plataformas, algo que seguro que te puede sonar de cierto erizo azul. Pero primero estamos con nuestro corredor rubiales en taparrabos, el cual tiene que lanzarse a recorrer siete mundos divididos en cuatro zonas en pos de enfrentarse al villano Drancon y rescatar a su querida Tanya. Es uno de estos casos en los que el tiempo apremia, así que Tom Tom va a tener que luchar contra el crono y contra los secuaces de Drancon, pero sobre todo contra el crono.

Y es que el chico maravilla debe alcanzar la meta de cada fase antes de que la barra superior, que aunque puede parecer que mide la salud en realidad hace lo propio con el tiempo, **se agote. Sin embargo sí que tiene algo que ver con la resistencia de Tom Tom porque el modo de rellenarla es recogiendo frutas, verduras y comida diversa que irá apareciendo en pantalla, frenando así su descenso. Con esto en mente, cuando nos ponemos a los mandos de Tom Tom hemos de saber cuándo **acelerar con uno de los dos botones de acción y sobre todo tener en cuenta que el muchacho es de pies resbaladizos y acumula su inercia, dificultando hacer determinadas maniobras para las que tendremos que ir con cabeza si no queremos chocar contra una roca, ser aplastados por un canto rodado, quemarnos vivos en una hoguera o precipitarnos al vacío o al fondo del mar, y desde luego que las alimañas y demás seres hostiles que pueblan los mundos (y que irán dejándose ver en sucesivas entregas) no envíen a nuestro héroe al otro barrio.

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Por suerte para él, también iremos dando con unos enormes huevos que al romperse pueden dejar libre una ayuda para Tom Tom. La primera de ellas es un hacha de sílex que puede arrojar para liquidar a los enemigos, aunque algunos requieren de más de un golpe. Cuando ya vamos armados, podremos encontrar el monopatín para que Tom Tom aumente su velocidad, pero a cambio su inercia lo haga menos controlable. Por otro lado, nos permite resistir el siguiente impacto, que hará desaparecer la tabla. Y otra de las ayudas es una pequeña hada que confiere invencibilidad a nuestra maratoniano héroe durante unos segundos, pero no evitará que pierda una vida si se despeña al fondo de la pantalla. En el extremo opuesto, unos huevos a motas verdes de aspecto no muy saludable esconden una pequeña parca que ralentiza a Tom Tom y hace que el tiempo se le vaya echando encima.

Cada cuatro fases, Tom Tom se enfrentará a un jefe de nivel de gran tamaño al que tendrá que coser a hachazos esquivando sus ataques para poder acceder a la siguiente zona, culminando esto, en principio, con el duelo final con Drancon. En principio porque hay sorpresa, y es que si conseguimos recoger la muñeca que madera que hay en cada uno de los niveles, al final se desbloqueará un mundo adicional oculto. En cualquiera de ellos, tendremos que tener en cuenta que las superficies tienen importancia y que, por ejemplo, el hielo es particularmente resbaladizo. Y que además, hay algunos ítems ocultos como las letras que conforman la palabra “SEGA” y que nos darán una vida extra.

Cuando alguien se pregunte por qué la devoción hacia Sega visto lo visto en tiempos modernos, cuando alguien dude de la fe en la empresa que otrora fue Service Games, hay que mostrarle juegos como Wonder Boy. Cierto es que el control “resbaladizo” de Tom Tom no facilita las cosas, y ahí está su gracia porque es un juego que no invita a ir con calma. Todo lo contrario, el impulso natural es mantener apretado el botón de esprintar y poner a prueba los reflejos saltando como campeones según el trazado lo requiera. Lo sensato, no obstante, es contemporizar, y también es parte de la gracia del juego. Es un título que demuestra la pericia de los jugadores de corte hardcore más clásico, y que podría ser (más) desquiciante si no fuera porque es encantador. No si miramos la horripilante carátula de su port para Master System, un grandísimo juego de esta consola de 8 bits (que, por cierto, tiene dos mundos extra), pero en este caso como en muchos otros, la belleza está en el interior.

Juan Elías Fernández

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