Pim, pam, cascaba la rana

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A finales de los ochenta, cuando se desencadena la fiebre de los mutantes, todo el mundo quiere de repente sus propias Tortugas Ninja. Pero no es fácil replicar algo que ha sido casi tan accidental como el propio origen de sus cuatro protagonistas. La creación de Kevin Eastman y Peter Laird nació como un cómic underground, a su vez parodia de los cómics violentos de la época. No tenían pensado quedarse mucho rato, y de hecho su historia se liquida por la vía rápida. Pero para su sorpresa la gente quiere más. Hay gente que sabe cómo hacer dinero con eso, y los que saben pero no pueden hacerse con ello quieren su propio producto.

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Rare fue uno de los pocos, contados con los dedos de una mano, que supo sacar partido a esta moda de los animales antropomorfos con un equipo de tres sapos humanoides que protagonizarían varios juegos domésticos y una recreativa. Los Battletoads, como su nombre indica, son sapos, pero no se quedan ahí. Son sapos alienígenas que una vez fueron humanos diseñadores de videojuegos (del supuesto Battletoads original, concretamente), que viajan por el espacio, que tienen como mentor a un buitre y que hacen de paladines de una princesa intergaláctica para salvar el universo. En sus cómics aparecidos en la revista GamePro y en la fallida serie de televisión su origen es diferente, pero todo tiene un punto de partida común. Un videojuego de Rare para poner patas arriba el catálogo de la NES. El sueño de cualquier adolescente: acción, mutantes y violencia. Y una dificultad exasperante, dicho sea de paso.

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Zitz, Rash y Pimple son tres humanos (programadores de videojuegos según Rare, empollones adolescentes según la serie de DiC) que por vicisitudes de la vida terminan convertidos en los Battletoads, tres sapos enormes, con poderes metamórficos y con una actitud completamente radical y noventera que luchan contra los mutantes del ejército de Dark Queen en su intento de conquistar el universo. En su primer juego, Dark Queen ha aprisionado a Pimple y la Princesa Angelica, y los dos Toads restantes, Rash y Zitz, deben ponerse ancas a la obra bajo las indicaciones de su mentor, el Profesor T. Bird, y atravesar varios niveles a puñetazos y patadas, con algunos momentos de variedad en los que tendrán que descender por un enorme pozo o correr a lomos de una moto espacial demasiado veloz.

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A pesar de que la selección de juegos que se incluyeron en la NES Mini no era para nada desdeñables, no fueron pocas las voces que se lamentaron de que Battletoads no estuviera incluido en ella, y no es una casualidad. Es uno de los cartuchos más míticos de la consola de 8 bits de Nintendo, y desde esa plataforma saltó como si de un trampolín se tratase a otros sistemas como Mega Drive, Game Boy o Commodore Amiga. Cuando un juego inicia su expansión a territorios tan variados e intergeneracionales es que ha exhibido su potencial con éxito, y el de Battletoads no es poco.

Esta primera entrega de la serie es un arcade bastante convencional en su planteamiento. Empieza como un beat’em up donde como si de un Double Dragon o similar se tratase vamos zurrando la badana a los enemigos, al comienzo unos cerdos con aspecto de orcos, que salen al paso mientras suena una pegadiza banda sonora. La cosa pinta bien, pero pronto veremos que van a haber sorpresas cuando de improviso aparezca nada menos que un robot gigante, con una impagable reacción por parte de los protagonistas, dispuesto a acribillar a los Toads y al que hay que tumbar a base de lanzarse cantos rodados que él mismo va arrojando. Es algo que de lo que posteriormente tomará nota Konami para su genial Turtles in Time, pero eso es otra historia. Luego aguarda un descenso a las profundidades en una fase que recuerda bastante al comienzo de Ghostsbusters II en los ordenadores domésticos, y otro nivel de acción donde en un tramo tenemos que pasar a esquivar obstáculos a bordo de un vehículo.

No será la última parte de velocidad ni tampoco la última vez que Battletoads deje momentáneamente de lado la fórmula del beat’em up para convertirse, por ejemplo, en un juego de plataformas. El caso es que a la que llevamos tres fases está más que claro que Rare no está siendo convencional, que no se ha limitado a usar una mecánica uniforme para su arcade y ha esperado a que llueva el dinero. Los usuarios, por entonces, no conocían a Rare, ni se imaginaban la que liarían unos años después con Donkey Kong Country, pero para los que veníamos de los ordenadores y sabíamos que tras Rare se encontraban los hermanos Chris y Tim Stamper, el alma de la compañía antes conocida como Ultimate, todo cobraba sentido. Es la clase de cosas que hacen los genios.

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