AlfaBetaRETRO: Kid Dracula - El niño que llevas dentro

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En una época donde los juegos de plataformas están en la cresta de la ola, ¿cómo se las podían apañar las desarrolladoras para no caer siempre en lo mismo? Porque a ver, el género es estupendo pero da para lo que da, y eso es ni más ni menos que quecos saltando, y si acaso, disparando o golpeando algo. Se le puede girar la tuerca, ¿pero cuántas veces? Al parecer muchas. Tantas que se le puede dar un giro de tuerca al propio giro de tuerca.

El secreto de Castlevania, el juego de 1986 para la consola NES que inició una de las licencias bandera de Konami, estaba en su diseño de niveles y en su ambientación, dentro de las limitaciones que una máquina de 8 bits tiene para crear ambiente. Sin embargo, Castlevania metía al usuario en un tétrico e inabarcable castillo plagado de monstruos que había visto en el cine o conocía de la cultura popular. Lo planteaba como un desafío con enemigos atacando sin descanso siguiendo pautas criminales. Y solo podemos atacar en línea recta con un látigo de alcance limitado. Es casi abusivo, y precisamente en parte por eso, es maravilloso. Castlevania y Super Mario Bros. pertenecen al mismo género, pero son como la noche y el día y cada uno es excelente en su suyo.

Así pues, en 1990 Konami decide hacer un doble mortal con tirabuzón parodiando su propio juego con el cartucho Akumajo Special: Boku Dracula-kun para la Famicom; un juego protagonizado no por un Belmont, sino por el joven Drácula. O el hijo de Drácula, ya sea Alucard u otro hermano desconocido, o el Drácula que conocemos y que dé la casualidad que su padre se llama también Drácula. Lo cierto es que la cosa no está muy clara, pero el caso es que tenemos un vampiro con pantaloncitos y tirantes, un poco cabezón y vivalavirgen que trae a la Muerte por la calle de la amargura sumido en uno de los plataformas de acción más adorables que han pasado por las consolas de Nintendo. Y, ventajas de no entrar en el canon, tres años después volvió con el remake/secuela para Game Boy que consiguió cruzar el charco hacia occidente y que nos ocupa hoy.

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Kid Dracula es el autoproclamado Rey de los Demonios, porque para eso es un Drácula y lo que dice su linaje va a misa. Pero el demonio Galamoth no lo ve igual y le ha usurpado el trono mientras yacía en su sueño dentro de su ataúd. Para colmo, su ejército de monstruos han resultado ser unos chaqueteros y se han pasado al bando de Galamoth. Todo esto con el agravante de que esta ya es la segunda vez que ocurre (la primera fue en el original de NES), por lo que Kid Dracula decide enfundarse la capa de su padre y ajustar cuentas con Galamoth en su castillo espacial de una vez por todas.

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Pese a que Castlevania dispuso de varias entregas para la portátil Game Boy, y sin desmerecer necesariamente el nombre de la franquicia que lleva, el juego que protagoniza el propio conde (o su progenie al margen de Alucard, aunque en cualquier caso el juego no es canónico así que tanto da) hace que palidezcan a su lado. Evidentemente por su aspecto técnico, para lo que cuenta con el tiempo a su favor, habiendo esperado hasta 1993 para que Kid Dracula saltada de NES a Game Boy. Pero más allá de eso, su jugabilidad no se queda atrás en lo más mínimo.

Kid Dracula es casi un juego de plataformas de manual, de los que están hechos prácticamente a patrón con la guía de la vieja escuela. Incluso más que a Castlevania puede llegar a recordar a Mega Man, por aquello de que Kid Dracula no tiene que depender del alcance de un látigo y se las pinta solo para defenderse con su magia a base de lanzar bolas de fuego. Como nota curiosa, mantener la pulsación del disparo hace que Kid Dracula lance un disparo de mayor tamaño. Entre esto y el apartado gráfico con sprites achaparrados, caricaturescos y francamente monísimos, el juego ya parece inclinarse más hacia el terreno que Capcom había explorado para su robot justiciero azul. Es más, hay otra similitud que hace pensar en la saga robótica.

Y es, aparte del plataformeo, el que así como Mega Man robaba poderes de los Robot Masters que derrotaba, Kid Dracula recuerda cómo usar alguno de sus hechizos o recibe alguna ayuda después de hacer caer a los jefes. Y estas magias se seleccionan como si fuera una rueda a base de pulsaciones del botón Select, haciendo que la pulsación prolongada del disparo desencadene sus efectos, siendo éstos especialmente indicados para según qué enemigos y qué tramos del juego. Eso sí, aquí se acaban las similitudes. En realidad, Kid Dracula dispone de su propio carácter y forma de hacer las cosas. Por ejemplo, acabar con un enemigo con el disparo cargado supone recoger una moneda. Por cada diez de ellas podremos optar a participar en un minijuego al final del nivel para obtener una vida extra jugando a piedra, papel, tijera, cazando murciélagos, reventando globos y demás actividades. O bien podemos apostar para intentar multiplicar la calderilla.

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El tono distentido y bañado en la comedia de Kid Dracula queda patente desde el primer momento, y eso que Castlevania y parodia no parecen una mezcla muy natural. Pero si alguien es aficionada a hacer mofa de sus propias IPs es precisamente la Konami de los buenos tiempos, y no hay más remitirse a Parodius. Por un lado, es reconocible el primer nivel del juego dentro de Castlevania, con su vestíbulo y hasta su torre del reloj, y para más señas, incluso la banda sonora es un retoque del tema Beginning de Castlevania III: Dracula's Curse.

Una versión pegadiza pero mucho más animada y simpática que la original para acompañarnos en un juego en el que el monstruo de Frankenstein acecha vestido de colegiala con trenzas, el primer jefe de nivel es una sucesión de tres generaciones de miembros del Ku Kux Klan (que en NES hasta lucían una esvástica en la capucha) hay OVNIs y robots tripulados por alienígenas, un trasunto de Jason Voorhees, murciélagos que ponen ojitos de cordero degollado con tal de librarse de una bronca o un nivel sacado de la serie Gradius... y otro sospechosamente parecido a las fases del barco volador de Super Mario Bros. 3.

Kid Dracula es un cartucho que a día de hoy bastante difícil de localizar, y que ya en su momento no tuvo demasiada difusión. Sin embargo, esconde un juego que pese a no ser muy largo es estupendo. El control es magnífico, una jugabilidad que ya nos hubiera venido de perlas en la serie madre por aquello de la dificultad de sus saltos, visualmente es muy vistoso y su banda sonora es una festival de buen rollo. Olvidemos las profecías de cazavampiros y los ciclos centenarios por un momento. Jugar a Kid Dracula en una Game Boy no supone ninguna maldición.

Juan Elías Fernández

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